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Jaén... Año de la Misericordia... Nuestra hermana Carmen Fernández comparte la experiencia vivida en este día en que un año más un interno es liberado... en este año de la Misericordia.

"Si alguien se hubiese atrevido a profetizar lo que vendría después de uno de los mejores —en su principio— Miércoles Santo de los últimos años para la cofradía de Cristo Rey, el chaparrón de risas que se hubiera llevado, aún se escucharía en Jaén. Hacía frío, sí, pero tras sesenta minutos de espera sobre el horario previsto para esquivar los malos pronósticos, lo último que la ciudad se imaginaba era vivir lo que vivió.

 

Cuando la procesión enfilaba el itinerario “oficial”, cuando derrochaba orgullo de hermandad libertadora, vistosidad, grandeza, la lluvia, sin avisar, se cebó con ella y frustró lo que, en su comienzo, brilló a gran altura. ¡Qué lástima! Pero qué suerte también que el agua cayera a las nueve y no antes, porque si no le hubiese negado momentos memorables. Esos son los que merecen ser recordados. Lo otro, a superarlo.

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Salió de su templo El Perdón como lo hace siempre: apoteosis de una hermandad que nada más tocar calle recibe una inyección cofrade que la transfigura. Sus primeros tramos, los que van desde la iglesia hasta la Avenida del Ejército Español, prometían y cumplían las mejores expectativas. Gentío en las aceras. Se sabía que otra vez, desde aquel 2013 gozoso, la hermandad llevaba un pergamino de libertad al que le faltaban dos firmas, de sendos Rafal: Mariscal, el hermano mayor, y B. B., el indultado .

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Ante la Comandancia de la Guardia Civil vivió El Perdón sus mejores instantes de la jornada. Una sección de honores de la Benemérita aguardó, junto con una plana mayor encabezada por el teniente coronel, a cada uno de los pasos: el Amor, al que ofrendó flores; el Perdón, que protagonizó el capítulo emotivo del día con la liberación del reo, y la Virgen de la Esperanza, a la que esperó para homenajear a los caídos en servicio. Con su presencia bajo palio los agentes honraron la memoria de sus compañeros muertos en acto de servicio al entonar “La muerte no es el final”, y los presentes lloraron, literalmente, como la bandera a media asta del cuartel, de luto por los atentados perpetrados en Bruselas.

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Luego llegó la lluvia, agazapada tras los olivos. Como Judas. “Besó” a la comitiva y, en ese momento, las gotas se convirtieron en espadas que partieron en dos una historia inenarrable.

Hacia la Catedral, palio impermeable, se dirigió el cortejo, intachable, sin romperse del todo pese al desconcierto. Ejemplar. Una vez pasado el chaparrón y descartadas nuevas precipitaciones, el colectivo fundado en el año 1952 volvió a organizarse y, bajo una noche oscurísima, salió del recinto, “Al compás del Amor” camino de su iglesia, a la que llegó posteriormente. Como dice el refrán, sabio, bien está lo que bien acaba.

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